La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

14 de agosto de 2013

Menorca, la isla tranquila

     Después de años de incontables invitaciones, este verano me decidí finalmente por comprar un billete de avión y viajar a Menorca. La decisión la tomé tras recibir la noticia de que el despacho permanecería cerrado durante el puente de agosto, puente cuya existencia desconocía y que conllevó que tomase dicha decisión de forma repentina y sin organización alguna.
     Precisamente por esa razón me encontré aquel miércoles preparando la maleta escasas horas antes de la salida del avión y aterrizando pocos minutos después y antes de la hora prevista en el Aeropuerto de Mahón, donde me esperaba mi compañero de viaje, todavía sorprendido con mi llegada, tras años de negativas a sus incansables ofrecimientos de hacerme de guía y conocer así la isla a manos de un auténtico menorquín.

     Una vez en Ferreries, pueblecito del que él es originario y en el que pasaría mi estancia en la isla, coincidimos en la plaza principal con algunos de los integrantes de su colla y en  agradabilísima compañía y entre interesantes conversaciones continuamos nuestra habitual ronda de cervezas hasta la madrugada.
     A la mañana siguiente y tras la divertidísima escena de encontrarme a mi compañero de viaje sentado en el sofá, folio y bolígrafo en mano, intentando planear la ruta a seguir, iniciamos nuestra andanza viajera recorriendo Ferreries y sus alrededores. Debo decir que poco duró aquel elaborado planing ya que al disponder de vehículo propio nos desplazamos de una punta a otra de la isla en muy poquito tiempo, pudiendo llevar a cabo en un mismo día muchas más actividades de las principalmente previstas. Por ello, impagable fue ver su cara cuando al finalizar el día empezó a tachar la mayoría de los lugares que con tanto esmero y dedicación había distribuido estratégicamente durante la semana.

     Así, el primer día cubrimos la distancia entre Ferreries y Fornells, disfrutando de preciosas playas, degustando la gastronomía menorquina, ascendiendo al Monte Toro y asistiendo incluso a una clase particular de hípica. Si algo me resultó llamativo desde un primer momento, dejando a un lado la tranquilidad que se respira en toda la isla y el hecho de que las casas en Menorca siempre están abiertas porque los isleños no tienen por costumbre echar la llave a sus puertas, fue el contraste tan fascinante existente entre cada punta de la isla, especialmente entre las playas menorquinas, pues mientras que las del sur se caracterizan por sus hermosas tonalidades turquesa, las del norte lo hacen por sus oscuras aguas y su vegetación salvaje que se adentra hasta el mar.

Subiendo a un supuesto mirador.
 
Vista de Ferreries desde lo alto del mirador.
 
"I la senyoreta què vol?". "¡Una cerveza menorquina por favor!".
 
 Calles adornadas con motivo de las fiestas populares.
 
Nuestra calle.

Cala Galdana.


"Tendremos que caminar un poquitín, pero merece la pena". "¡Hagámoslo entonces!".

Cala Mitjana.



 
 Paseando por Fornells.
 

 
 
 
 Subiendo al Monte Toro, la montaña más alta de Menorca.
 

 Santuario de la Virgen del Toro en la cima.
 
Vistas de Menorca desde la cima del Monte Toro.



 
"Oye, si anoche Laura decía en serio lo de montar a caballo, que se venga esta tarde que tengo un hueco y puedo darle clase a lomos de un sofá con patas".

 Cala Caballería.
 
 Personalmente me decanto por las playas del norte.
 

 


Puesta de sol en Cala Caballería.

     Siendo que mi suerte de principiante me hizo ganar sobradamente a los "xinos" y me permitió, tras una interesante negociación con el camarero, cambiar el curso de los acontecimientos de aquella noche, la idea inicial de recogerse pronto acabó convirtiéndose en una salida nocturna a la que pusimos fin de madrugada almorzando crusanes de chocolate recién horneados.
     A la mañana siguiente, y como bien podéis imaginar, nos despertamos tarde y no llegamos a Ciutadella, antigua capital de la isla, hasta el mediodía. Paseando por el casco antiguo y aunque parezca increíble, me encontré casualmente con el jefe del departamento laboral y compañero de despacho, a quien he sacado involuntariamente en más de una de mis fotografías sin darme ni cuenta y cuya zapatilla menorquina, regalo que le traje de la isla, nos hace recordar cada día pegada en el monitor de su ordenador aquella genial coincidencia.
     Después de comer regresamos a Ferreries donde nos esperaban para salir a navegar. Aquel día la tarde transcurrió tranquila mientras hacíamos snorkel en una hermosa cala de aguas cristalinas repletas de peces.
    
Llegada a Ciutadella.

 
 
 Puerto de Ciutadella.
 
 Ayuntamiento y restos de la antigua muralla.
 
 Ayuntamiento de Ciutadella.
 
 
 
 
 Paseando por el casco antiguo de Ciutadella.
 
 Catedral de Ciutadella.
 
 
 
 Iglesia El Roser, actualmente sala de exposiciones.
 

 
Castillo de San Nicolás.

 
 Faro de Ciutadella en la Cala des Frares.
 
 
Debo admitir que la broma que me gastaron al llegar al embarcadero fue divertidísima.

Navegando por aguas menorquinas.

 Echando anclas.
 
 Disfrutando en el barco de una preciosa puesta de sol.
 
 
 

     Creo que pocas sorpresas resultan tan agradables como la de despertarse y encontrar sobre la mesa una taza de chocolate deshecho y una enorme ensaimada menorquina recién hechos. Esa fue precisamente la que yo recibí a la mañana siguiente y la que nos dio energía suficiente para pasar el resto del día recorriendo algunos de los rincones más turísticos de la isla.
     Así, iniciamos nuestra ruta en la capital menorquina, la ciudad que posee el segundo puerto natural más grande de Europa y que no es otra que Maó. Continuamos nuestro recorrido por Binibeca, precioso pueblecito de pescadores de blancas calles laberínticas y finalizamos el mismo en la urbanización de Cala en Porter contemplando una hermosa puesta de sol desde la gruta natural conocida como Cova d'en Xoroi.
 
 Llegada a Maó.
 
 
 
 
 
 Ayuntamiento de Maó.
 
 Catedral de Maó.
 
 Puerto de Maó.
 
Llegada a Binibeca.


Típica valla menorquina. 


 
 
 
 

Callejeando por Binibeca.








 

Cova d'en Xoroi, gruta natural enclavada en un acantilado desde el que se divisa el Mediterráneo y la isla de Mallorca.

Accediendo a la cueva.
 

 Impresionante puesta de sol desde la Cova d'en Xoroi.
 
 
 
 

     Mi último día en la isla lo pasamos en la playa de Son Bou, una de las más largas de Menorca y en la que disfrutamos a escasos pasos del mar de una fantástica paella acompañada de calamares y mejillones al vapor.
     Pendiente estamos todavía de vernos en Barcelona, cuando el próximo mes él regrese de la isla, pues me debe un fantástico gorro del grupo menorquín Pèl de Gall y una botella de cerveza ibicenca, hasta entonces me regala estupendos detalles.

Comiendo paella en Son Bou.
 
Sin comentarios.
 
     Apenas unos días después de llegar de Menorca tomaba la decisión de dejar perder mi billete de avión con destino a Malta, comprado hacía meses y no reembolsable, y me iba aquella misma tarde a comprar un nuevo billete, esta vez, de AVE y con destino a Madrid tras una inesperada proposición de alguien a quien no veía desde hacía años.
     Ni él ni yo habíamos ganado antes en un Bingo. Aquella noche, cantamos dos líneas.
 
 
AGOSTO 2013

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