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15 de marzo de 2013

Roma, la Ciudad Eterna

     La llaman, la Ciudad Eterna, pues en ella el tiempo parece haberse parado hace siglos. Su historia, grabada en cada uno de sus rincones provoca que un simple paseo se torne en un viaje en el tiempo hasta la época de máximo esplendor del Imperio Romano. Pasado, presente y futuro se funden en esta ciudad para crear una maravillosa mezcla de belleza y magnificencia.
     Antaño, fue el centro de un Imperio que dominó el mundo conocido hasta la época, guardando en su interior miles de años de historia que hacen de ella, la ciudad con mayor número de bienes históricos y arquitectónicos del mundo.
     A tan fascinante destino, finalmente desvelado, nos dirigíamos aquella mañana, cuando en el horizonte empezaba a amanecer y los primeros rayos de sol teñían de un hermoso color naranja un mar de nubes infinito.

 Amanecer desde el avión.
 


 Divisando Italia.
  
     Aterrizamos antes de la hora prevista y desde el Aeropuerto de Fiumicino tomamos el tren para llegar al centro de la ciudad, trayecto que duró apenas cuarenta minutos.
     Nuestro apartamento estaba situado en pleno corazón de Roma, en un antiguo edificio construido en el siglo XVI y a escasos pasos del Castillo de San Ángelo y de la Ciudad del Vaticano, a donde nos dirigimos después de dejar nuestras maletas y equiparme con mi nueva cámara que estaba impaciente por estrenar en tan impresionante ciudad.
 
 Llegada al apartamento Raffaello Charmsuite.
 
 


 
     Emplazado en un lugar privilegiado, a orillas del río Tíber y frente al puente más hermoso de Roma, se encuentra el Castillo de San Ángelo, fortaleza inexpugnable que originariamente fue el mauseleo del emperador Adriano y posteriormente, prisión en la Edad Media y residencia de los Papas durante el Renacimiento.
     Su posición estratégica y su sólida estructura lo han convertido en el centro de interminables luchas por el dominio de la ciudad, pues ningún invasor podía proclamarse dueño de Roma hasta haber rendido San Ángelo.
 
Puente de San Ángelo con el Castillo al fondo.
 
 Ángel con la corona de espinas de Bernini, uno de los diez ángeles que custodian el Puente de San Ángelo.
 
Puente Vittorio Emanuele II y Basílica de San Pedro desde el Puente de San Ángelo.

Vistas del puente desde la orilla del Castillo.


 Puente Vittorio Emanuele II.
 
El Castillo de San Ángelo desde el Puente Vottorio Emanuele II.


     Siguiendo esta orilla del río se llega a la Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo y posiblemente, el lugar que concentra la mayor cantidad de obras cumbre del Renacimiento, creadas por los mayores genios artísticos que ese período produjo.
     
     La forma más espectacular de acceder al Vaticano es por la Vía de la Conciliación, una larga calle que empieza en el Castillo de San Ángelo y desde donde se divisa en todo momento la Basílica de San Pedro, la más imponente iglesia de la cristiandad, que empezó a construirse en el año 1505 y en cuya creación dejaron su huella arquitectos como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini.
      Todo aquél que la visita no puede dejar de admirar la majestuosidad de sus techos y de sus naves, pero especialmente, su increíble cúpula, la más alta del mundo y reconocible desde cualquier rincón de Roma.
 
     La Plaza de San Pedro, situada a los pies de la Basílica y de dimensiones espectaculares ocupa gran parte de este diminuto estado. En su centro destacan dos fuentes y un enorme obelisco llevado a Roma desde Egipto en 1586. Aparte de su tamaño, lo que más impresiona de ella son la inmensa cantidad de blancas columnas y pilastras que la bordean.

Llegada al Vaticano por la calle de la Conciliación.

Frontera entre Italia y el Estado del Vaticano.
 
 
 
Interior de la Basílica de San Pedro.
 
Su altura resulta impresionante.
 

Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano.

Las columnas y pilastras bordean la Plaza creando un pórtico de cuatro filas.
 


La Basílica de San Pedro y el obelisco egipcio.

 


     Los Museos Vaticanos contienen un conjunto tan grandioso de edificios, habitaciones, salones, museos, galerías, bibliotecas, capillas, pasillos, patios y jardines y de auténticos tesoros artísticos, que resultan sencillamente impresionantes.
     En ellos se expone una inmensa colección de obras del arte universal enriquecida a lo largo del tiempo por los sucesivos Papas de Roma.
     Están formados por distintas salas y museos, de los que sin duda de entre todas destaca, la Capilla Sixtina. Habiendo coincidido casualmente nuestro viaje con la nueva elección del Papa y si bien el Cónclave había finalizado, ésta permanecía cerrada, motivo por el cual no pudimos visitarla y excusa más que suficiente para regresar a Roma.
 
 Museos Vaticanos.
 
 
Empezamos el recorrido através de los Museos Vaticanos.
 
Uno de los patios interiores.

 Los techos y suelos de estos museos me maravillaron.
 
Museo Profano.
 
 Museo Etnológico.
 
Museo Etrusco.

Museo Pío-Clementino.
 
Patio de la Piña.
 
 Sala Redonda presisida por el Hércules de bronce.
 
El suelo de la Sala Redonda es un impresionante mosaico.
 
 
 La cúpula de esta Sala es de una belleza sobrecogedora.
 
 
 Vista exterior desde una de las ventanas de los Museos Vaticanos.
 
Vista interior.
 
 Estancias de Rafael.
 
 Museo egipcio.
 
 Galería de mapas cartográficos.
 
Patio de la Pinacoteca.
 
Última obra de arte de los Museos Vaticanos, su escalera helicoidal de salida.
 
     Es Roma un museo al descubierto, una ciudad de plazas, de fuentes y de estrechas callejuelas por la que resulta muy agradable perderse paseando sin rumbo.
     La plaza más hermosa y espectacular de Roma es la Plaza Navona, construida sobre un antiguo estadio romano al que debe su característica forma oval. Escenario del enfrentamiento entre dos grandes genios, Bernini y Borromini, es de una elegancia barroca exquisita.
     De entre los edificios que la rodean destaca la bellísima fachada cóncava de la Iglesia de Santa Angnes y de las tres fuentes que en ella se encuentran, la más impresionante es la Fuente de los Cuatro Ríos, cuyas figuras monumentales representan alegóricamente el río más importante de cada uno de los continentes conocidos en la época: el Danubio en Europa, el Río de la Plata en las Américas, el Nilo en África y el Ganges en Asia.
 
     Destaca asimismo de esta monumental obra de Bernini, el dinamismo de sus colosales figuras, dotadas de un naturalismo casi increíble y de estos cuatro Titanes suscita especialmente el interés de quien lo mira, el gigante del Río de la Plata, que protege su cara por temor a que se derrumbe sobre él la fachada de la Iglesia de Santa Angnes construida por Borromini, su eterno rival.
 
 Paseando por las calles de Roma.
 
 Plaza del Reloj.
 
Plaza Navona.

Iglesia de Santa Angnes y la Fuente de los Cuatro Ríos.
 
 

Representación del Río Ganges.
 
Representación del Río de la Plata.

 El gigante del Río de la Plata protege su cara ante el temor de que se derrumbe la fachada de la Iglesia de Santa Angnes.
 
     A muy poca distancia de la Plaza Navona se encuentra una de las obras maestras de la arquitectura italiana, el monumento mejor conservado de la Antigua Roma y el que más me ha fascinado y abrumado de todos los que visto, el Panteón de Agripa.
     Perfecto en el equilibrio y armonía de sus formas y en su impecable construcción, es el reflejo de una ciudad construida para perdurar eternamente.
    
     No sin emoción atraviesas el pórtico de acceso que te prepara para el gran impacto de verte al cruzar los enormes batientes de bronce, en un espacio iluminado por la entrada de luz natural que se cuela por el óculo de su impresionante cúpula de hormigón. Parece imposible creer que tal maravilla arquitectónica fuera construida hace más de dos milenios.
 
Plaza de la Rotonda situada frente al Panteón de Agripa.

 El Panteón de Agripa.
 
 
 Resulta emocionante cruzar sus enormes batientes de bronce.
 
 Accediendo al interior del Panteón de Agripa.
 
 


Es increíble pensar que esta cúpula fue construida hace más de dos milenios.

     En el centro histórico de Roma encontramos el Palacio de Montecitorio y actual Congreso de los Diputados, y junto a éste, la Plaza Colonna que recibe su nombre por la impresionante columna marmórea de Marco Aurelio, cuyo relieve muestra las diferentes escenas de las guerras que este emperador mantuvo contra las tribus bárbaras del Danubio.

     Palacio de Montecitorio.
 
Columna de Marco Aurelio.
 
     Pero sin duda, si hay un monumento en Roma que impresiona al viajero por su monumentalidad y belleza, es la Fontana di Trevi, escondida entre callejuelas e hipnotizante desde el primer momento en que te encuentras frente a ella.
     Ubicada al final del acueducto Aqua Virgo, se halla presidida por la escultura de Neptuno domando a los hipocampos, mientras dos tritones guían su carroza en forma de concha. En los nichos que flanquean al Dios del Océano pueden apreciarse dos estatuas que representan la abundancia y la salubridad respectivamente.
     Lo característico de este precioso rincón es la grandiosidad de la fuente y la estrechez del lugar en que se encuentra, donde el agua brota a raudales y los enormes caballos marinos parecen saltar sobre las olas.
 
Fontana di Trevi.


 
 
 
 
Neptuno domando a los hipocampos.
 

 El tritón que conduce al caballo alado hace sonar la caracola para abrir paso al Señor de las aguas.
 


     Los restos arqueológicos y edificios de la Roma imperial son el legado más emblemático de esta monumental ciudad que nunca deja de asombrar a aquél que decide perderse por sus calles, sus foros o sus siete colinas, situadas al este del río Tíber y rasgo distintivo del paisaje romano. 
     Junto a construcciones que se alzaron hace tres centurias y junto a las imponentes ruinas, testimonio del inmenso pasado de la Roma imperial, se encuentran los barrios y edificios romanos que fueron trazados y construidos en la tercera y cuarta década de nuestro siglo. Roma es, una ciudad viva, anclada en el tiempo.

 Altar de la Patria.
 
 
Iglesia Santa María de Loreto.



 
Mercado de Trajano.
 

 


     Al final de la Vía del Foro Romano y en el corazón de la Antigua Roma se alza el mayor anfiteatro del mundo, el Coliseo. 
     En esta magnífica edificación, muestra de la grandeza del Imperio Romano, se llevaron a cabo todo tipo de espectáculos, desde batallas navales a los conocidos juegos de gladiadores. Y pese a haber perdido casi por completo su parte sur tras siglos de expolio, aún hoy en día domina majestuosamente el paisaje de Roma, mostrándonos ese pasado glorioso que una vez conoció y que ha trascendido más allá del tiempo.
 
El Coliseo romano.


 

Interior del Coliseo.
 
 

 
Vistas desde los ventanales del Coliseo.

 
 
 
 
 Arco de Constantino junto al Coliseo.
 
 


     Junto al Foro Romano se encuentran también los Museos Capitolinos, situados en la Plaza del Campidoglio y compuestos por dos imponentes edificios, el Palacio de los Conservadores y el Palacio Nuevo, ambos unidos por medio de la Galería Lapidaria, un paso subterráneo que atraviesa la plaza. Estos palacios ofrecen una impresionante colección de obras pictóricas y escultóricas romanas expuestas para el deleite del viajero.
     La creación de los museos comenzó alrededor del año 1471, siendo por ello uno de los museos más antiguos del mundo.

 Llegando a los Museos Capitolinos.
 
 Plaza del Campidoglio, al fondo el Palacio Senatorio.
 
Palacio Nuevo.

 Patio interior del Palacio de los Conservadores, empezamos el recorrido através de los Museos Capitolinos.
 
Estatuta ecuestre de Marco Aurelio.
 
Loba Capitolina.
 
Gálata moribundo.
 
Venus Capitolina.
 
Sala de los filósofos.
 

Vistas del Foro Romano desde el Tabularium.

 
Marforio, una de las seis estatuas parlantes de Roma.

     Al oscurecer y envueltos en las sombras de la noche, descubrimos ante nuestros ojos una nueva ciudad, con otro ambiente, con otros colores, pero siempre igual de bella y fascinante.

 Saliendo de los Museos Capitolinos.
 
Teatro de Marcelo.
 
Boca de la Verdad.
 
 Puente Fabriccio.
 
Basílica de Santa María en el barrio del Trastevere.
 
Plaza Navona.
 
Panteón de Agripa.

Vista del Castillo de San Ángelo y la Básilica de San Pedro a orillas del río Tíber.
 
     En plena desembocadura de la popular Vía del Corso, una de las más turísticas de la ciudad, se encuentra la Plaza de España, llamada así en honor a la embajada española que es considerada la más antigua embajada permanente de un estado ante otro.
     En ella destaca su monumental escalinata, en cuya cima se enclava la Iglesia de la Santísima Trinidad en el Monte Pincio y a sus pies, la Fuente de la Barcaza.
 
     A muy poca distancia de aquí encontramos la Plaza del Pueblo presisida por su altísimo obelisco egipcio y frente a ésta se extienden los Jardines de Villa Borghese, uno de los parques urbanos más grandes de Europa y que si algo lo diferencia de todos ellos es su perfecta combinación entre arte y naturaleza.
 
 Llegando a Plaza España por la calle del Condotti.
 
Plaza España.

Fuente de la Barcaza a los pies de la escalinata.

Fuente de la Barcaza, al fondo la Embajada española.
 
 Iglesia de la Santísima Trinidad en el Monte Pincio.
 
Roma vista desde la calle que conduce a los jardines de Villa Borghese.
 
 
 
Plaza del Pueblo.

Paseando por los jardines de Villa Borghese.

 
 
 
Vistas desde el mirador de Villa Borghese.
 
 

     A las afueras de la ciudad se encuentra una de las obras urbanísticas más desarrolladas de la época, la muralla aureliana de la que en la actualidad se conservan doce de sus diecinueve kilómetros originales y una de las más importantes calzadas de la antigua Roma y seguramente la que tiene mayor historia, la Vía Appia Antica, a lo largo de la cual fueron crucificados los esclavos que componían el ejército de Espartaco cuando fueron hechos prisionores por las legiones romanas.
     Conocida por los romanos como la reina de las carreteras, se extiende desde la Vía de la Puerta de San Sebastián, cerca de las Termas de Caracalla, hasta Brindisi, el más importante puerto comercial entre el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio.

 Catacumbas en la Vía de la Puerta de San Sebastián.

 
Vía de la Puerta de San Sebastián.
 
 
 
Puerta de San Sebastián.
 
 
Muralla aureliana.
 
 
     En cuanto a las impresionantes Termas de Caracalla, son uno de los mayores complejos termales de la Antigüedad. Y si bien hoy en día tan sólo se ven muros de ladrillo desnudos, grandes bóvedas desplomadas y restos de bellos mosaicos, la estructura de este monumental edificio se conserva íntegra y sus enormes muros de más de treinta metros de altura nos permiten imaginar su esplendor pasado.

Llegada a las impresionantes Termas de Caracalla.
 
 
 

 
     Roma es un auténtico festival para los sentidos, una ciudad donde historia, cultura, sonidos, colores y aromas se entremezclan en perfecta armonía creando un espacio único y embriagador. Es una ciudad que esconde un pedacito de Historia en cada uno de sus rincones, una ciudad en la que se respira arte y que despierta a los sentidos en cada paso que das.

     Dicen, que las tres cuartas partes del arte mundial se encuentran en Italia, y que Roma es una de las ciudades más bellas y atrayentes de la tierra. Yo creo que Roma es una obra de arte gigantesca, una ciudad colosal que brilla por sí misma, construida, para ser eterna. Roma es, la ciudad museo por excelencia.


MARZO 2013

2 comentarios:

  1. Me ha encantado. Una de tus mejores entradas, sin duda.

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    1. Me alegro de que así sea y espero que tras leer la entrada consiga incitarte a visitarla, pues lo cierto es que sin duda alguna, Roma es la ciudad más fascinante de todas las que he podido conocer.

      Es, como ya mencioné, una obra de arte gigantesca en sí misma, tan perfecta, que resulta abrumadora y casi imposible creer que exista un lugar como éste, pero lo cierto es que existe, y que tenemos la suerte de que fue construida, para ser eterna.

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