La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

7 de julio de 2013

Hogueras en las playas de San Sebastián

(Lunes 17 de junio).

- ¿Sabes de qué acabo de enterarme?.
- Dime.
- ¡De que el lunes es fiesta en Catalunya y no tengo que ir trabajar!. ¿Sabes qué significa eso?.
- ¡Sorpréndeme!.
- ¡Qué nos vamos de viaje!.
- ¿Qué?. ¿Cómo?. ¿Qué nos vamos de viaje?. ¿A dónde?.
- Por supuesto no voy a decírtelo, lo único que has de saber es que el viernes al mediodía, cuando termine de trabajar, ¡Nos vamos!.

(Cuatro días más tarde).

- ¿Has averiguado ya a dónde vamos?.
- ¡No sé nada!.
- Entonces, escribe en el navegador... ¡SAN SEBASTIÁN!.
- ¡¿En serio?!.
- (Sonrisa por respuesta).
 
 
     Así iniciábamos hace apenas una semana nuestro viaje a tierras norteñas para pasar la verbena en una de las ciudades más hermosas de la península, Donostia, enclavada en un privilegiado paisaje, rodeada de verdes montañas y bañada por las aguas del Cantábrico, y destino gastronómico conocido a nivel mundial.
     La previsión del tiempo no había sido demasiado esperanzadora durante la semana, pues si bien no se esperaban bajas temperaturas, anunciaban lluvia durante nuestra estancia en la ciudad. Nada más lejos de la realidad, ya que disfrutamos de unos días estupendos, llegando incluso y aunque parezca mentira, a quemarnos.

 
Empieza el viaje.
 
     Como ya ha quedado desvelado, nuestro destino, bueno, más bien el que yo había escogido por fascinarme la ciudad, era San Sebastián. Sin embargo, cuando quedaban aproximadamente tan sólo dos horitas para llegar, mi compañero de viaje me preguntó si había reservado habitación en la que hospedarnos durante todos los días que pasaríamos en tan maravilloso lugar.
     Tras poner cara de incredulidad cuando le respondí que no había tenido tiempo para buscar hospedaje y asegurarse de que no le estaba tomando el pelo y que aquel viaje era una auténtica aventura, en el que lo único seguro era el lugar al que nos dirigíamos, me miró sonriendo y me dijo: "Tú me sorprendiste con el destino, ahora yo decido cómo llegar hasta él. ¿Te parece bien?".
     Dado que me encanta improvisar y tomar decisiones poco meditadas cuando se trata de viajar, aquella idea me pareció estupenda. Así que ahí estábamos, él conduciendo e improvisando una nueva ruta mientras yo intentaba hacerme entender con la recepcionista para garantizarnos, al menos aquella noche, una habitación en el primer hotel que encontramos disponible, y que aunque sorprendida por el poquísimo tiempo entre la hora de la llamada y la de nuestra llegada, nos acabó reservando sin demasiados problemas. Y es que, no hay nada como viajar sin planes.
 
Parada improvisada en Logroño.

La más famosa calle del casco antiguo logroñés, donde la parada en cada uno de sus bares para degustar tapas y vinos es obligada.
Eso sí, la posibilidad de terminar como una cuba, es altísima, por no decir, inevitable.

     A la mañana siguiente, si bien no tan temprano como habíamos decidido la tarde anterior al no imaginar cómo sería la noche logroñesa, recogimos nuestras cosas y tras parar a almorzar y recorrer el casco antiguo de la ciudad, continuamos el viaje hasta nuestro siguiente destino, ahora sí, San Sebastián, disfrutando de un soleadísimo día y del tan característico paisaje norteño que tanto me fascina, por sus intensos colores.
 
De camino a San Sebastián.



Ahí no Laura, allí. Date prisa hay un montón!". "¡Conduce más lento, que no me da tiempo!".

      San Sebastián es una ciudad que se caracteriza por su mezcla de estilos y su aspecto majestuoso y señorial. Un lugar en continua interacción con el mar, que posee una de las bahías más hemosas del mundo, la Bahía de La Concha.
     Idónea para descubrirla andando, la Parte Vieja de la ciudad es un placer para la vista y para degustar la prestigiosa gastronomía y los deliciosos pintxos donostiarras.

 Llegada a San Sebastián.

Playa de La Concha.

Vistas de la Bahía de La Concha.

Fachada principal del Ayuntamiento de San Sebastián.

 Fachada posterior.
 
El río Urumea a su paso por la ciudad.
 
 
Puente de la Zurriola con sus características farolas.

Desembocadura del río Urumea.
 
 El Kursaal.
 
 
Playa de la Zurriola, perfecta para practicar el surf.
 
 
Disfrutando de la panorámica.
 
Vistas del Monte Urgull desde el puerto de San Sebastián.
 
Plaza de la Constitución.
 
Basílica de Santa María.
 
 
 Iglesia de San Vicente.
 
Catedral del Buen Pastor.
 
 
 
 
 
"Laura, ¿En que hotel has reservado habitación?". "En ninguno". "No en serio, que ya son las siete de la tarde, ¿Dónde has reservado?". "En ninguno". "¿Me lo dices en serio?". "Totalmente". "Entonces... ¿Vamos a comer algo mientras lo decidimos?". "¡Me parece una estupenda idea!".
 
 
      Después de encontrar alojamiento sin demasiada dificultad e instalarnos en el hostal, salimos a descubrir la noche donostiarra y a deleitarnos con su fantástica gastronomía.
     A la mañana siguiente recorreríamos San Sebastián de punta a punta, empezando con el ascenso al monte Urgull y finalizando el día descendiendo el Monte Igueldo, disfrutando desde ambas cimas de una fascinante panorámica de esta ciudad que posee un encanto sin igual.
 
 
 Subiendo al Monte Urgull.
 
 Llegada a la cima.
 
Vistas de San Sebastián desde el Monte Urgull.
 
 

Bahía de La Concha.

 Vistas del Monte Igueldo y de la Isla de Santa Clara.
 

Y tras ser sorprendidos por una enorme ola...

... acabaron todos empapaditos.

Vistas del Monte Urgull desde la Playa de la Concha.

Vistas del Monte Igueldo, a cuya cima nos dirigíamos.

 


Subiendo al Monte Igueldo mediante el Funicular.

Empieza el ascenso.

 
 Llegada a la cima del Monte Igueldo.
 
 
 
 Vistas de la las playas de la Concha y de Ondarreta.
 
 

Vistas del Monte Urgull y de la Isla de Santa Clara.


     El mejor momento del día para visitar uno de los rincones más emblemáticos de la ciudad es a primera hora de la mañana, cuando la marea aún baja, permite el acceso a este oculto lugar, situado en uno de los extremos del paseo marítimo y al abrigo del Monte Igueldo.

 Con la marea baja la ciudad parece otra.
 

El Peine del Viento, del escultor Eduardo Chillida.

 
     Tras visitar finalmente El Peine del Viento y encontrarnos una multa en el parabrisas del coche, algo poco fuera de lo habitual cuando aparcas en zona verde e intentas pasar desapercibido colocando un ticket de zona azul, optamos por dar por finalizado nuestro viaje y emprendimos el camino de regreso, parando previamente a comer en un restaurante que encontramos en un remoto pueblo.
 
Parando a comer en un remoto pueblo.

"¡Mira Laura mira, ese caballo viene hacia ti!".
 
Parada en uno de los miradores que encontramos de regreso a Barcelona.

 
JUNIO 2013

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