La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

13 de mayo de 2012

De Grolley a Gruyères y subida al Monte Moléson

     Algunos días antes, el padre de mi compañero de viaje se había ofrecido a pasar un día con nosotros y nos había invitado a comer a su casa. Así que aquella mañana, vendría a recogernos en coche para llevarnos a Grolley.

     La mesa estaba preparada con un gusto exquisito. Había un gran surtido de quesos, embutidos, patatas cocidas y en el centro de la mesa estaba colocada una parrilla eléctrica llamada raclette.
     De manera que iba a degustar otra especialidad suiza, el queso. Este plato tradicional consiste en dejar fundir las lonchas de queso y servirlas junto a las patatas cocidas y los embutidos. Todo ello acompañado de un vino blanco. En definitiva, un plato para derretirse en todos los sentidos.

     Yo estaba sentada entre mi compañero de viaje y su padre, y frente a uno de sus hermanos de poco más de tres añitos. El crío no dejaba de mirarme y de repente empezó a hablarme, pero yo no entendí nada de lo que estaba diciendo. Sin embargo, él no estaba dispuesto a darse por vencido y siguió intentándolo. Lo realmente divertido fue ver su cara de incredulidad mirándome, atónito, al no lograr entender cómo una persona de mi edad no sabía hablar francés cuando él con tres años ya lo hacía.

     Después de comer pusimos rumbo al bonito pueblo de Gruyères, parando por el camino en un área de servicio que ofrecía unas estupendas vistas del Lago de la Gruyère. Realmente, esta zona de Suiza es preciosa, llena de prados verdísimos, montañas y lagos.

Vistas desde el área de servicio.



     Al cabo de un rato de trayecto disfrutando de este paisaje llegamos a Gruyères. Situada en un lugar excepcional, esta pequeña ciudad medieval está presidida por el Castillo y rodeada por una antigua muralla.

La pequeña ciudad de Gruyères.

Plaza central con el Castillo al fondo.


Fuente en la plaza.

El Monte Moléson al otro lado de la plaza.

Iglesia de Gruyères y los Alpes.


El Castillo medieval de Gruyères.

La muralla.

Alrededores de Gruyères.




     Volvimos al coche y nos dirigimos al Monte Moléson, pero antes, echamos una partida al minigolf. Más que acertar a colar la bola en el hoyo, estaba pendiente del lugar tan extraordinario en el que nos encontrábamos: en lo alto de una montaña, con unas vistas alucinantes, rodeada de algo que siempre me ha fascinado de Suiza, sus paisajes, su riqueza natural.




      Desde allí fuimos al funicular para subir hasta el mirador de Plan-Francey y disfrutar de unas hermosas vistas de La Gruyère.

Subiendo en el funicular.



Plan-Francey.

Monte Moléson.

A la cumbre se accede con un teleférico.

Vistas desde el mirador.



     Permanecimos allí un rato tomando unas cervezas y después descendimos dando por concluido nuestro viaje. Me quedaban todavía más lugares por descubrir de Suiza, pero sin duda, Gruyères ha sido uno de los que más me ha impresionado. Es un lugar de una belleza sobrecogedora.

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